MUSÉE D'ART DE NANTES

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Ma Visite – Musée d’arts de Nantes

INTRODUCCIOÓN GENERAL

La exposición Paquebotes 1913-1942. Una estética transatlántica, explora el papel de los nuevos gigantes de los mares de las compañías transatlánticas en el desarrollo de una estética modernista internacional. De este modo, el Musée d’arts de Nantes y el Musée d’art moderne André Malraux-Le Havre evocan una nueva faceta de la gran historia transatlántica de los puertos de Nantes-SaintNazaire y de Le Havre.

Los felices años veinte fueron una época dorada para los paquebotes, que eran tanto palacios flotantes como modernas máquinas de perfil aerodinámico, que constituyeron los únicos enlaces reales entre la vieja Europa y Estados Unidos. Con las diferentes Immigration acts (1917 y 1924) que limitaron el éxodo hacia Estados Unidos, seguidas de la Gran Depresión de 1929, las principales compañías se orientaron hacia una clientela de ocio, que incluía a intelectuales, escritores y artistas que buscaban intercambios con el otro continente. Objeto paradójico, el paquebote encarnaba brevemente un sueño de modernidad transatlántica. A la vez edificio y en movimiento, maquinaria de vanguardia dedicada a la velocidad y lujoso lugar de vacaciones, las nacionalidades y las clases sociales se mezclaban durante la travesía. La primera parte de la exposición demuestra que el propio paquebote ha fascinado a los círculos vanguardistas, desde la fotografía y la arquitectura, pasando por la pintura y los carteles. La segunda parte estudia la experiencia del viaje, entre el lujo sereno de los interiores Art déco, la vida de ocio al aire libre en las cubiertas, y más profundamente, la extraña experiencia de la vida a bordo de un microcosmos apátrida, aislado y en movimiento en medio del océano, que plasman, en particular, la literatura y el cine de la época.

PARTE I: EL PAQUEBOTE, OBJETO MODERNISTA
A. Fotografía y publicidad: el lenguaje internacional de los paquebotes


En las décadas de 1920 y 1930, la competencia por conquistar y mantener una clientela de lujo para la travesía atlántica era feroz. Esta competencia se intensificó por las tensiones geopolíticas a partir de los años 1930, lo que convirtió a los paquebotes en un importante objetivo estratégico. Joyas tecnológicas y escaparates de una ingeniería cada vez más eficaz, encarnaban el poder de una nación. Alemania, con el Europa (1928) y el Bremen (1929), Italia con el Rex y el Conte di Savoia (botados juntos en 1931), Gran Bretaña con el Queen Mary (1934) y Francia con el Normandie (1935) rivalizaron para ganar la prestigiosa “Banda Azul”, una distinción concedida a la travesía más rápida del Atlántico Norte. La prensa nacional e internacional, con sus tintes patrióticos, se apasionó por estas batallas marítimas. Este doble contexto político y económico explica la proliferación de anuncios, portadas de revistas, carteles, y folletos de presentación. El imaginario de los paquebotes se nutría de un lenguaje internacional común, caracterizado por un alto grado de interconexión entre las artes, la prensa y la publicidad. El genial diseñador de carteles Cassandre fue sin duda uno de los representantes más icónicos de esta estética internacional.

1. Carteles y nacionalismos
En el ámbito de la publicidad transatlántica, el diseñador de carteles Cassandre, con Paul Colin y Jean Auvigné, se distinguieron en Francia por la sobriedad de sus composiciones, casi arquitectónicas, jugando audazmente entre el grafismo y la imagen. El período, tanto para la fotografía como para los carteles, se caracterizó por una geometrización de las formas, influenciada por los grandes movimientos artísticos del futurismo, el purismo y la estética de la escuela de la Bauhaus. Los primeros planos de las proas y chimeneas encarnaban plásticamente el poder conquistador de los buques. La mayoría de las compañías navieras (Italia, Alemania, Gran Bretaña, etc.) adoptaron el gigantismo de estos motivos, adornándolos a menudo con sus colores nacionales, para promocionar sus flotas. La circulación de estas imágenes, con su grafismo depurado y resueltamente moderno, marcó el nacimiento de un lenguaje internacional común en torno al imaginario del paquebote.

2. Revolución fotográfica
Nacida en el siglo XIX con la revolución industrial, la fotografía acompañó los avances tecnológicos del período de entreguerras. El perfeccionamiento de las técnicas de impresión y de las fotografías (cámaras Leica I y Rolleiflex, más ligeras y prácticas) permitió que los fotógrafos utilizaran nuevos tipos de encuadres, más creativos y gráficos, que desatacaban el gigantismo y la dinámica de las proas y las chimeneas. Las compañías de transporte, encabezadas por la Compagnie Générale Transatlantique, y las revistas se apropiaron de estas atrevidas fotografías, que conquistaron al público. Seguida en cada una de sus etapas, desde el astillero hasta su travesía inaugural, la epopeya del paquebote Normandie marcó el apogeo de las fotografías más vanguardistas, desde la Nueva Visión hasta las fotografías documentales más perfectas. Se convirtieron en fuente de inspiración para pintores como Jules Lefranc, que utilizó sus encuadres en sus obras.

3. El sueño arquitectónico del paquebote
“La casa de los terráqueos es la expresión de un mundo caduco, de pequeñas dimensiones. El paquebote es la primera etapa en la realización de un mundo organizado de acuerdo con el espíritu nuevo.” En la conclusión de su capítulo “Ojos que no ven... I. Los paquebotes” (Hacia una arquitectura, 1925), Le Corbusier resume toda la promesa que encarnan los paquebotes para la renovación de la estética arquitectónica. Aunque el tradicionalismo decorativo de los interiores decepcionó a los arquitectos más innovadores, la perfección de las siluetas aerodinámicas y de las potentes máquinas, visible desde los muelles y en las cubiertas, fue una fuerte fuente de inspiración para los arquitectos y decoradores modernistas como Robert Mallet-Stevens (Casino La Pergola de Saint-Jean-de-Luz) o incluso Eileen Gray (Casa a orillas del mar E-1027).

B. PAQUEBOTE, la belleza de la máquina

Obra de arte total para sus diferentes creadores, combinando aerodinamismo náutico, arquitectura, decoración y mobiliario, los paquebotes son una fuente de inspiración para los artistas vanguardistas, que los reinterpretan hasta la obsesión. Como Filippo Tommaso Marinetti escribió ya en 1909 en su Manifiesto del Futurismo: “Solos con los mecánicos en las infernales salas de calderas de los grandes navíos, [...] cantaremos [...] al vibrante fervor nocturno de las minas y de las canteras, incendiados por violentas lunas eléctricas; [...] a los paquebotes aventureros que otean el horizonte”. Después de los diseñadores de carteles, los pintores (Fernand Léger, Charles Demuth e Irene Rice Perreira), los fotógrafos (Pierre Boucher, Roger Schall, Jean Moral y René Zuber) y los cineastas (Walter Ruttmann) de todo el mundo se apropiaron de la imagen de estos gigantes de los mares. Estos diferentes artistas y diseñadores, a veces vinculados, se reunían en asociaciones como la UAM (Unión de artistas modernos), creada en 1929. Aprovechando sus experiencias polivalentes, exploraron las siluetas aerodinámicas de una monumentalidad amenazadora o, por el contrario, examinaron la perfección de las maquinarias en sus más mínimos detalles, a veces hasta la abstracción.

1. Máquinas, astillero y modernidad
os fotógrafos, ya sean artistas, reporteros gráficos o ingenieros, son los testigos privilegiados del nuevo mundo moderno industrializado. Sus fotografías elevan los astilleros y las zonas portuarias, intermediarios entre la ciudad y el océano, a la categoría de auténticos paisajes urbanos. A través de sus objetivos, se convierten en lugares únicos y un poco mágicos en los que los paquebotes surgen de la nada, entre las siluetas metálicas de grandes grúas. Los artistas también encontraron nuevos temas fascinantes para sus obras en las sentinas y otras salas de máquinas. Pintores como Irene Rice Pereira y Fernand Léger se apropiaron con entusiasmo de la perfección mecanizada de motores, pistones y hélices, y exaltaron su belleza en formas geométricas sencillas y coloridas.

2. Fragmentos de paquebotes: hacia la abstracción
Varios artistas de vanguardia (futuristas, cubistas, puristas, etc.) se apasionaron por el paquebote, encarnación de la modernidad de una civilización urbana y tecnológica, pero también vínculo entre la “Vieja Europa” y la promesa del “Nuevo Mundo” americano. La línea gráfica de la silueta de los paquebotes, el ritmo circular de los ojos de buey y los remaches en sus costados, así como la redondez tubular de las chimeneas, permiten conciliar admirablemente la preocupación por el realismo con el formalismo más puro. Se comprende entonces la irresistible atracción que ejerció sobre los principales representantes del precisionismo estadounidense, como Charles Demuth y Charles Sheeler, o sobre los fotógrafos como Walker Evans y François Tuefferd. A través de las intensas iluminaciones y la fragmentación geométrica de la imagen, los detalles técnicos se unen a la tendencia de la abstracción.

PARTE II: EL VIAJE TRANSATLÁNTICO
A. El paquebote, un palacio flotante


Templo gigantesco y estático en el puerto, el paquebote se convierte en un frágil barco zarandeado por el océano. Todo estaba pensado para transformarlo en un reconfortante hotel de lujo Art déco cuando se accede a su interior. Sus viajeros pertenecen a todas las clases sociales, desde las más acomodadas hasta las más modestas. Esta microsociedad a bordo es multicultural pero está estrictamente separada por clases. Aunque no todos los pasajeros viajaban en las mismas condiciones según la clase a bordo, compartían la misma experiencia del mar, que era alternativamente apasionante, divertida, angustiosa y aterradora. Y las compañías navieras no escatimaban esfuerzos para ofrecerles todo tipo de distracciones: descanso, juegos, lectura, comidas refinadas, espectáculos, bailes, etc. Las compañías navieras europeas se enfrentaban a una dura competencia en la que la velocidad era un argumento comercial, mientras que las compañías francesas, en particular la Compagnie Générale Transatlantique (CGT), destacaban más las ventajas del arte de vivir y la decoración especialmente lujosa de la primera clase.

1. Un escaparate sobre las aguas
Obra maestra del Art decó, el Normandie fue el paquebote más grande y lujoso en su botadura. Logró sintetizar una audaz tecnicidad y artes decorativas de vanguardia. Decoradores y artistas (Jean Dupas, Jean Dunand y Jacques-Charles Champigneulle) recibieron los encargos más prestigiosos, especialmente para los espacios reservados a la primera clase, que predominaba a bordo. El oro y la plata brillaban bajo las luces en la gran sala y el salón para fumadores. A esta riqueza de la decoración se sumaba la de las artes de la mesa con las piezas de orfebrería del servicio “Transat” de Luc Lanel, director artístico de la Maison Christofle, y la cristalería de Suzanne Lalique-Haviland.

2. Moda y vida a bordo
Los espacios interiores de los paquebotes se diseñaban como auténticos palacios flotantes adoptando los códigos estéticos de los grandes hoteles de tierra firme. Este suntuoso entorno contrastaba notablemente con la extrema sobriedad de los exteriores. Se proponían numerosos programas de actividades y de ocio a los pasajeros de primera clase para evitar el aburrimiento que pudieran experimentar durante los cuatro o cinco días que duraba la travesía. La cubierta de paseo y las crujías se convirtieron en el escenario de partidas de tiro al plato, tenis, chito, carreras y diversos juegos en los que los pasajeros vestían atuendos muy modernos para la época: trajes de baño, pijamas, pantalones cortos y trajes de estilo marinero se llevaban durante el día. El sportswear adaptado al crucero se unía así al de las estaciones balnearias y de la navegación de recreo de lujo (yachting). Las cenas simplemente eran un desfile de vestidos refinados, diseñados por casas de alta costura como Coco Chanel, Jeanne Paquin, Jeanne Lanvin, Jean Patou, Christian Dior y muchas otras.

B. La travesía

“El viaje por mar es una maravilla. Con él no se viaja, se está de viaje. El viaje no es una acción sino una meditación, un estado, la revelación de que el mero hecho de existir es una verdadera felicidad” (Blaise Cendrars). En el período de entreguerras, la idea de vanguardia parecía indisociable del viaje: las biografías de muchos escritores, pintores o fotógrafos lo sugieren. Aunque a menudo se vieron obligados a desplazarse, temporal o definitivamente, empujados por la pobreza o por los acontecimientos históricos, los artistas hallaban en este desplazamiento, lejos de su lugar de nacimiento y de su cultura, los encuentros y enriquecimientos que la travesía anunciaba.

1. La experiencia del viaje
El mundo del paquebote, unidad grandiosa pero minúscula en el océano, desdibuja las relaciones espacio-temporales (Jean-Émile Laboureur), convirtiéndose en un lugar en el que todo era posible, una experiencia existencial y cosmopolita a menudo inédita. En pleno auge de los nacionalismos, la travesía transatlántica abrió un paréntesis apátrida que permitió que toda una generación de artistas viajeros se desligaran, en cada travesía, de su territorio nacional. Este tiempo de travesía se convertía en una odisea iniciática hacia otro continente, promesa de un renacimiento para los artistas. Para Joaquín Torres García, los paquebotes encarnaban este vínculo cultural, reflejo de su doble nacionalidad catalana y uruguaya. Entre 1915 y 1955, Marcel Duchamp se embarcó en 19 ocasiones en transatlánticos, impulsado por las guerras pero sobre todo por su “espíritu de expatriación” -esa visión moderna del viaje que desarraiga para renacer mejor- y que constantemente le llevó a dividir su vida entre París y Nueva York.

2. La llegada a Nueva York desde el océano
Cualquier viaje a Estados Unidos comenzaba, inevitablemente, con la llegada por mar al puerto de Nueva York, y la “skyline” de Manhattan. Esta experiencia de una ciudad-isla vertical posada sobre el agua resume por sí sola, tanto para el viajero como para el inmigrante europeo, la puerta de entrada al Nuevo Mundo, el prestigio de la modernidad arquitectónica y tecnológica que simboliza, la esencia de la ciudad y de la vida modernas. Así, durante su primer viaje a Nueva York en 1931, Fernand Léger describió: “Después de seis días de travesía en el agua fluida, escurridiza, móvil y flexible, se llega frente a esta escarpada montaña, obra del hombre que, lentamente emerge, se vuelve más nítida, se define con sus ángulos agudos, sus ventanas ordenadas y su color metálico. Se eleva violentamente sobre el nivel del mar. El barco gira... la montaña desaparece poco a poco, con un perfil reluciente como una armadura”. Algunas obras de Raoul Dufy y Amédée Ozenfant y fotografías de grandes figuras como Berenice Abbott o de fotógrafos comerciales describen este vínculo repetido entre el paquebote y la gran metrópoli estadounidense.

Epílogo: huir de Europa
El epílogo de la exposición cierra este paréntesis encantado con una época trágica en la que el paquebote se convirtió en el instrumento del exilio, como consecuencia del auge de los totalitarismos (llegada de Stalin al poder en la URSS en 1927 y, sobre todo, la instauración del régimen nazi en Alemania a partir de 1933). La travesía, que para el pasajero era una experiencia extraordinaria, un paréntesis apátrida, y donde ciertas normas sociales quedaban temporalmente suspendidas, se convirtió en un lugar de incertidumbre y de un doloroso desarraigo. Está ilustrada por un conjunto de obras de Lasar Segall, Marcel Duchamp y Kay Sage, y por dos impactantes reportajes fotográficos: el atraque imposible del Saint-Louis en 1939 en Cuba, y el naufragio del Normandie en el puerto de Nueva York en 1942.

Travesías...
La unidad de lugar y tiempo que constituye este objeto en movimiento y cerrado que es el paquebote permitía audacias modernas y cruces de universos sociales, plasmados por aficionados, escritores y cineastas: Charles Chaplin, The Immigrant, 1917, Buster Keaton, The Navigator, 1924; Man Ray, L'Etoile de mer, 1928, Léo Mc Carey, Love Affair, 1939, Claude Lévi-Strauss, Tristes Tropiques, 1955; Blaise Cendrars, L'Équateur, Louis Chadourne, La Désirade. En la exposición, un espacio dedicado a estas experimentaciones permite que el visitante comprenda la experiencia de la travesía, rodeado de tres proyecciones de imágenes de archivos, citas, documentales de aficionados y extractos de películas de Hollywood. Vistas del Atlántico en todos sus estados establecerán la relación entre el paquebote y el horizonte, los encuentros y el sentimiento de soledad, el silencio y el bullicio de las máquinas, la calma y la tormenta. Diez minutos de inmersión para comprender esta travesía que marcó el imaginario de los felices años veinte.

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